viernes, 22 de junio de 2012

La libertad

Lo cierto es que cuando era niño me sucedió una cosa bastante determinante en mi vida, aunque en ese momento no lo supe.

Era un adolescente con un pequeño grupo de amigos en el instituto. Se podía decir que no eramos lo más contestatarios, éramos un grupo de almas que nadaban juntas hacia ninguna parte. No buscábamos llamar la atención de nadie, todo lo contrario quizás. Sin embargo no era el caso de todos mis compañeros en aquella cárcel sectaria. Algunos de ellos luchaban por ser populares, por conseguir la atención, por llevar la antorcha y marcar el camino a seguir.
Lo que se pasaba por mi mente, lo que conseguía rasgar mi enorme imaginación y obligarme a tragar la realidad era la inquebrantable cuestión de ¿Por qué? ¿Con qué fin? La respuesta siempre había estado delante de mí, o más bien delante de mi tía.

Tener una televisión era un lujo, una ventanita que te decía de forma monótona como martillos en Moscú al unísono, que todo funcionaba bien. La capacidad de sembrar en la gente la idea que ellos querían, el enorme poderío de difusión que habían conseguido era algo de lo que preocuparse seriamente. Mi tía tenía un televisor y de forma religiosa recibía su lavado de mente a diario. Los valores que se transmitía en la televisión no era muy diferente a la actual, con efectos especiales y música rimbombante te deslumbraban cual quásar y aprovechando ese momento fácilmente comparable al del parto por lo desorientada que sale la criaturilla a un mundo lleno de cosas nuevas y emocionantes; te contaban lo que tenías que pensar. Mi tía limpiaba la escalera de su edificio por cuatro duros, apenas veía a mi tío porque se pasaba el día fabricando coches que él no podía comprar, para gente que sí que podía permitírselo.
Cuando mi rebeldía natural me cegaba, saltaba con la duda de por qué había tantas diferencias entre unos y otros, por qué nosotros éramos tan miserables comparados con otros señores que, desde luego, no poseían ninguna característica que les diferenciara más allá de superficialidades, ambición y falta de escrúpulos... e infelicidad basada en complejos de impotencia. Mi tía se reía, ¡pobre joven sin cultura de ciudad! ¡qué atrasados están en el pueblo! En su cabeza no cabía la duda, la televisión le había lavado el cerebro como si fuera un policía antidisturbios. Barcelona iba bien. No había un más allá.

La ciudad estaba llena de coches, había obras a diario, los edificios ganaban altura y los mendigos lo eran porque querían. Esto convencía a mi tía de que, como decían en su cacharro cuadrado, Barcelona estaba mejor que nunca, había países que estaban mejor económicamente; pero no tenían la gracia de nuestras gentes, ni la cultura de la alegría, y qué decir de la paella o la sangría. Por eso todos hacían turismo en Catalunya, perquè som un país petit però molt ben parit.

Esta idea siempre rondaba mi cabeza, en la televisión se mostraban a los héroes llenos de mujeres, graciosos e irreverentes como el icono a seguir. Mientras las mujeres cada vez se parecían más a la popular muñeca Barbie. Y todo esto, iba tomando forma en nuestra sociedad, en la mía. Los tintes rubios eran cada vez más frecuentes, los chicos se gastaban todo su dinero en prendas de ropa con mensajes en inglés que nadie entendía, porque en Catalunya no se hablaba inglés. De hecho, en EEUU tampoco, porque los americanos hablaban español en las películas. La sociedad iba tomando el veneno del aparato cuadrado, cada vez parecíamos menos  una nación y más una fábrica de supermen y barbies. Con mi juventud, no veía más allá y a mí me hacía gracia, aunque siempre quería ser el villano de las películas. Lo confieso.

Pero lo cierto es que cuando la política empezó a rondar por mi cabeza, mis tíos sólo me decían que no me metiera en líos. Yo me preguntaba ¿cómo me voy a meter en un lío por hablar de lo que pienso? resulta que el perverso poder del televisor era el de repetir el mensaje del poder una y otra vez para "alienar" a las personas, que repitieran sus eslóganes y sus teorías una y otra vez. Que creyeran lo que ellos querían, y por si todo esto fuera poco: les decían lo que necesitaban. No necesitaban avances en educación ni una condena a los asesinos de la época franquista, necesitaban ropa proveniente de América, porque lo nuestro era peor, ese gran país pacífico, con una amplia historia, una cultura gastronómica envidiable y una lengua propia, América Estados unidos hacía todo mejor que nosotros, y les debíamos culto. Así que la estructura no podía  ser más perfecta, el televisor decía lo que había que opinar, necesitar y querer, el político prometía lo que el televisor nos había hecho exigir y así conseguíamos lo mejor para ellos nosotros.

Esta fue la forma en la que me di cuenta de que "no te metas en líos" significaba "no pienses por ti mismo, deja que el televisor lo haga o el poder te aplastará y encima te pondrá a su ejército zombie en contra con su arma de control mental difusión." Cada día me doy cuenta que leer libera el alma en la misma medida que ver la televisión la aprisiona y se la entrega en bandeja al demonio político.

Así que ser libre no es estar soltero, poder cometer crímenes y no ser condenado, ni siquiera es poder decir lo que quieras, no tiene nada que ver con un gesto altisonante. Es más bien decir ¡NO! yo no pienso como usted, yo pienso por mí mismo, a mí me da igual lo que diga el televisor. No tengo porqué vivir en esta inmundicia, no tengo que creer en el cielo que me parece lejano mientras el infierno me parece tan real que por arder, hasta el alma arde en mí. No tengo que ser un clón de mi vecino, ni tengo por qué arrastrarme para tener una mísera parte de lo que tiene usted. Ni usted tiene derecho a utilizar la violencia para que yo no me exprese, ni a golpear a trabajadores que piden pan y dignidad para sus hijos, porque usted lo que quiere es emular a los señores feudales y no me dejará más opción que emular a los bolcheviques para no condenar a mi hijo a vivir en la miseria, tanto mental como personal.
Eso es ser libre, pensar por uno mismo, recuérdelo cada vez que se de cuenta que está actuando igual que el vecino, pregúntese el patrón de ese comportamiento, su origen. Efectivamente, hallará en usted que ha sufrido un proceso de alienación, de hipnosis, que usted es un zombie que bebe coca-cola, que fuma marlboro, que escucha la música de adolescentes pervertidos, que viste como si fuera un adolescente negro del bronx. Entonces entenderá que hay alguien a quien beneficia que usted trabaje para conseguir una plusvalía que luego les devolverá invirtiendo en productos fabricados por otros zombies como usted. Despierte, aún está a tiempo de recuperar la dignidad, dude de las cosas, aclare sus dudas y no acepte un "porque sí" por respuesta. No se atreva a decir que yo me equivoco por dudar de todo, dígaselo a Aristóteles que es quien me lo enseñó. Y desde luego, no dude que me lo enseñó en un libro, cosa que usted quizá no haya tenido el placer de conocer; no me lo enseñó en el circo televisivo de prostitución, lujuría y drogadicción. Deje de ser un zombie drogadicto y nazca de verdad.