sábado, 25 de agosto de 2018

Tras unos años

Estoy hecha de porcelana, sabes que tienes que tratarme con extrema dulzura para que no me rompa (suicide). 

¿Tus padres se han enfadado contigo por faltar a la escuela? Vaya... lo siento mucho, no te enfades conmigo por favor. En mi casa nunca me dirían nada, supongo que es la parte buena de ser invisible y no importarle a nadie, lo increíble es que sinceramente siempre me he sentido bien de esta forma. Entiéndeme, si el amor de tus padres sirve para que te martiricen, te prohíban y se crean con derecho a decidir sobre tu libertad como si fueras un animal doméstico, si eso representa el amor de tus malditos padres, entonces me alegro de no tenerlo. 

Se me ha ocurrido una cosa, desde luego no es lo más saludable, pero creo que podríamos intentar algo. 

En aquellos tiempos, en la escuela del pueblo tan sólo había dos profesores. Una mujer que vivía en un pueblo a media distancia y que era la directora también. Era una mujer entrada en carnes, de mediana edad y con un aspecto bastante amargo. Daba la impresión de que estaba harta de ser juzgada por los demás, todos pensaban que era muy inteligente pero fracasada porque no tenía pareja sentimental. Era muy cariñosa con nosotros aunque tenía una fijación inexplicable con mandarnos trabajo para casa. Yo nunca lo hacía, sabía hacerle creer lo contrario.
El profesor que teníamos era un hombre bastante mayor, el colegio de su pueblo cerró y acabó trabajando en el nuestro, que estaba a un par de horas en coche.

Estoy enfadada porque te hayan tratado de reprimir en tu casa, sé que has salido airoso, pero no dejaré que nadie te haga daño. 
Doña Clara es basura, y don Basilio otra brecha hacia la inmundicia.  Hagámosles sufrir de verdad.


No me gustaba la pinta que iba cogiendo el asunto pero aún así asentí. Estando con ella de algún modo perdía parte de mi propio ser, es como si tuviera algún poder sobre mí, algo inexplicable e inexorable.

Recuerdo que entonces nos encaminamos hacia el coche de don Basilio, él llevaba siempre a la directora a su casa antes de ir a la suya propia. Entonces ella sacó una pequeña navaja que siempre llevaba con ella. A veces se pinchaba ligeramente con ella en los brazos, le gustaba ver su sangre manchando su piel. También me lo hacía a mí, le encantaba mi sangre, le gustaba que cayera sobre ella o incluso a veces beberla cual vampiro. Jamás hubiera permitido a alguien hacer eso, pero como he mencionado, de algún modo, conseguía hipnotizarme y normalizar cosas que me dejaría estupefacto en situaciones cotidianas y mundanas.
Me dijo que ella no tenía fuerza, que lo hiciera yo.
Pinché las cuatro ruedas a ese coche tan antiguo, lo hacía levemente, para que se fueran deshinchando poco a poco, que no notaran la avería hasta que estuvieran en marcha.

Ella se reía y me decía: ¿Te imaginas que exterminamos a esta escoria? sólo piénsalo por un momento, que se salen de la carretera y mueren, que no los vemos más. No debes sentirte mal por dañar a otros que no seamos tú o yo, a fin de cuentas, si mueren o no, nos debe importar bien poco, ¿qué tienen sus vidas de importante para las nuestras? el mundo entero está corrupto, sólo existe depravación y animales disfrazados de razón.

Ciertamente, los dos profesores se fueron al coche directos, se subieron y partieron. Les esperaban más de tres horas de viaje por carreteras de montaña peligrosas, con cambios de rasante, curvas imposibles, viento, frío y probablemente lluvia o nieve.

Al día siguiente, la escuela estaba cerrada. Todos esperábamos en la puerta. Recuerdo su pelo mojado, brillante, con ese olor a moras del jabón que hacía su madre. Puedo ver en mi mente aquel peinado perfecto, su ropa gris impecable, su mirada al infinito, su fragilidad aparente pero también su aura de maldad. Llegué caminando hacia ella y me apartó del grupo, me dio un beso en la boca detrás de la escuela. Todos sabían que había algo entre nosotros, pero preferíamos no darles pruebas, en el fondo nos gustaba rasgar las conciencias de aquellos pueblerinos ignorantes.
Entonces comenzó a reírse y me abrazó, me dijo: "deben estar muertos ya".

Volvimos acto seguido a la puerta de la escuela y los padres comenzaron a arremolinarse, llegó incluso mi madre, sólo faltaban los padres de ella. En ese momento los padres llamaron al teléfono de la directora, a su domicilio. Nadie contestaba, ninguna información llegaba al pueblo y entonces todos los niños se pusieron en la plaza a jugar mientras que ella y yo nos fuimos de nuevo a nuestro refugio, allí en el bosque. Aquel día me sentí contrariado, estando solo sentía cierta pesadumbre, cierto remordimiento por aquellos profesores, ¿qué les habría pasado? ¿estarían muertos de verdad?

No con ella, a su lado sentía ese sabor amargo pero glorioso, estaba descubriendo la maldad, el mal de verdad.