martes, 18 de septiembre de 2018

He trascendido (+18)

Cómo no recordar a aquella bruja, insufrible mujer enana y acomplejada que trataba de apagar cualquier luz que brillara más que la suya.

Era un día especial porque yo finalmente estaba estudiando en la universidad y viviendo con mi novia de siempre en una casa recién construida allí en el pueblo. Habían instalado una comisaría y un pequeño puesto sanitario debido a que el pueblo donde estaban originalmente se había quedado sin apenas habitantes y el nuestro resistía el paso del tiempo de algún modo.
El pueblo tenía algo más de ajetreo debido a estas instituciones y a que una parada de autobús ocupaba un pequeño lugar en la plaza del pueblo, lo cual aumentaba ligeramente el trasiego de personas de pueblos cercanos.
Los viajeros y turistas que atravesaban el pueblo habían aumentado porque ahora muchos franceses viajaban hacia el sur.

La escuela había vuelto a abrir debido a que los niños de pueblos cercanos y un par de nacimientos en el propio la proveían de alumnos suficientes. Entonces fue cuando el director me dijo que podía pasarme por el aula para así tener acceso a la minúscula biblioteca del centro y de paso, hacer bulto.
Finalmente esto llevó a que yo me encargaba de la biblioteca a cambio de unas míseras pecunias que recibía semanalmente. No era gran cosa, pero me servía para llevar alimento a casa mientras ella se dedicaba a labores del hogar fundamentalmente y a mantener una pequeña huerta que teníamos en el jardín trasero.

Recuerdo bien que entré a la escuela y nada había cambiado, seguían las mismas orlas, los mismos retratos, las mismas estanterías... ese olor a polvo y a libros viejos del que emanaba conocimiento y que me traía a la memoria las imágenes de bajar de la mano de mi chica y caminar hacia la salida que se asemejaba a salir del túnel mientras Sergio salía corriendo atemorizado porque un par de chavales le perseguían navaja en mano para divertirse.

Subí las escaleras hasta el aula y allí me encontré a aquella mujer con el cabello teñido de un rubio bastante cutre y su cara con rasgos claros de vejez. Esos ojos pequeños que se agrandaban ligeramente por las gafas anticuadas de las que hacía uso. Aquella sonrisa vacía y que rezumaba crueldad, ese olor a fragancia de mujer de clase baja que inundaba todo el ambiente y se impregnaba en su vieja silla acolchada. Aquella silla verde con un pequeño cojín negro que había sido testigo impasible de mis fechorías en otros tiempos y que ahora soportaba una carga nada despreciable.
A su lado, la otra maestra, una mujer más alta, canosa, con los ojos grandes y muy saltones. El contorno de éstos era ligeramente lila, lo cual atestiguaba que no dormía bien, no descansaba apenas por las noches por culpa de su hija. Su hija también estudiaba en la escuela y me recordaba a Sergio, tenía un retraso mental bastante pronunciado y todos se burlaban de ella, era víctima de una decisión absurda de su madre, quien en lugar de llevarla a un colegio para gente con necesidades especiales, cometió la necedad de pensar que su hija mejoraría en compañía de chavales sin problemas psíquicos.

Entonces comencé a colocar los libros que se situaban en la estantería del aula mientras anotaba qué títulos estaban disponibles y cuáles estaban deteriorados y necesitaban una restauración. Escuchaba cómo la mujer bajita faltaba constantemente al respeto a sus alumnos y desde una posición de poder se burlaba de aquellos con peores calificaciones mientras que permitía que los alumnos "aventajados" se tomaran pequeñas confianzas como no llevar un día la tarea terminada.
La rabia me consumía lentamente porque veía cómo estaba abusando de sus alumnos y pensé que si hubiéramos sido nosotros (ella y yo), que si hubiéramos tenido la terrible suerte de tener a una profesora así, no podríamos haber sido tan felices en nuestra infancia y juventud. Aquellos infantes no tenían culpa de nada.
Entonces entró la otra profesora y entre ambas comenzaron a humillar a un alumno porque tenía un comportamiento algo rebelde. Se reían de la suerte que correría en su futuro, de que era menos inteligente que el resto sin saber que de hecho, con los años se demostró que era más capaz que los demás y simplemente se aburría en aquellas grises y soporíferas clases.

Supuse que no debía intervenir porque mi trabajo dependía de encajar pero no pude evitarlo, algo más poderoso que yo mismo salió de mi interior y con una llamarada imprevisible arrasó a aquellas arpías.

"¿Por qué tratan de minar la moral del chico? ¿quiénes son ustedes? ¿no se dan cuenta que si generan un altercado están solas en el pueblo? Esto no es la ciudad, abusen de un niño del pueblo y no saldrán vivas de la escuela. Todos los padres tienen armas aquí, están tentando a la suerte y viéndolas está claro que no poseen mucha. Mire usted a su hija sin ir más lejos..."

Mientras decía esto último miraba a la mujer alta, la cual enfureció por momentos y trató de contener un grito profundo. Cuando la otra mujer se disponía a retarme con cara de indignación, la primera preguntó

"Hablando de Sandra, ¿dónde está Sandra? ¿alguien ha visto a mi hija?"

Cundió el desconcierto por unos momentos, nadie sabía dónde estaba y con su problema mental era peligroso que andara por ahí en un pueblo en el que pasaban viajeros frecuentemente. Las dos mujeres bajaron corriendo las escaleras y preguntaron al director que estaba siempre en la recepción del centro.

"No la he visto, pero me ha parecido escucharla hablar en el baño, debe estar con alguna amiga."

Abrieron la puerta del baño y ahí estaba, llorando mientras un chaval llamado Pau, al que las profesoras habían dejado salir unos minutos antes de la escuela por sus buenas calificaciones y comportamiento la sostenía por las caderas y la penetraba de forma brusca y contundente. La chiquilla tenía la cara empapada en lágrimas y la tez de su cara estaba roja. Tenía toda la ropa doblada de forma correcta encima de una pequeña estantería, estaba claro que el chaval no quería dejar rastro de su fechoría y cuando la puerta terminó de abrirse se vio una pequeña mancha de sangre en el suelo, un hilo rojo salía de los adentros de Sandra, cuya expresión era la más triste y desangelada que yo jamás hubiere visto.

Pau rápidamente sacó su pene de ella y de su vagina salieron unas gotas de semen. Entonces, mientras el grito de la madre hacía que nuestros tímpanos llegaran a su límite, el chaval se subió el pantalón y embistió ligeramente a la profesora más bajita para escapar corriendo de la escuela dirigiéndose a su casa.

Ambas profesoras fueron a las autoridades y nunca más volvimos a saber de ellas, la escuela permaneció cerrada un mes mientras las remplazaban.