martes, 13 de septiembre de 2016

Relato para mayores de edad (contenido impactante)

Un usuario anónimo me ha mandado un correo electrónico en el que adjunta un relato escarnecedor y crudo. Trata sobre la iglesia católica y los abusos tales como:
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/07/29/actualidad/1375125312_905160.html
http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/09/150830_sociedad_finde_orfanato_monjas_violacion_irlanda_egn
http://tu.tv/videos/abusos-sexuales-y-el-vaticano
http://www.pepe-rodriguez.com/Pederastia_clero/Pederastia_clero_intro.htm
http://brokenrites.alphalink.com.au/

No es para todo el mundo, si aún así se ve capaz de leerlo, adelante:












Tenía por entonces nueve años. De esos nueve, la mayoría eran bastante poco alentadores: mis padres me enviaron a este lugar porque querían que recibiera una educación de calidad y basada en las leyes morales que cimentaban la sociedad de aquella época.

Ocho de la mañana: la hora clave. Nos levantábamos cuando sonaban las oraciones a través de los megáfonos, el excesivo volumen y el miedo al castigo por cada minuto de demora hacían que despertarse fuera algo forzoso. De ahí al baño compartido, había solo cuatro lavabos a pesar de que en la habitación éramos siete.

Dejábamos atrás los camastros chirriantes y malolientes para asearnos, era muy importante lavarse correctamente y ponerse ropa limpia así como perfumarse. Siempre los mismos ropajes, un atuendo anodino y huero de color blanco y negro. Luego, bajábamos al comedor principal donde nos servían un huevo pasado y unas alubias con un mendrugo de pan, disponíamos de veinte minutos para desayunar y limpiar los platos que eran finalmente colocados en columnas al final de la mesa.

Más tarde asistíamos a las aulas, el padre Ainsworth pasaba lista antes de comenzar con un sermón insoportable e incoherente que ocupaba un par de horas y precedía a un rezo colectivo en el que agradecíamos tener un hogar en el que ser felices y aprender. Las clases tenían las paredes con un mosaico blanco impoluto y un suelo de madera desgastada y llena de manchas y estaban presididas por un pizarrón enorme y grisáceo que daba un toque occiso al ambiente ya de por sí funerario e insoportable.

Hasta las doce teníamos que escuchar historias fantasiosas sobre un joven que era maltratado y estafado por pérfidas mujeres, desde su madre que era una atea alcohólica hasta su novia que le tentaba con relaciones sexuales antes del matrimonio y con prácticas depravadas que amenazaban su billete al paraíso. Ese joven siempre conseguía huir y aprender lecciones sobre la vida a la par que contaba datos geográficos e históricos conforme los descubría en su aventura para encontrar el camino del señor.
Caía en trampas de judíos, musulmanes y otros infieles que querían meterle en la cabeza fantasías de progreso y formas de sociedad alternativas.

Luego comíamos un plato de arroz con una pasta de pescado blanda e insípida o bien un pequeño brócoli con algo de mantequilla. En cualquiera de los dos casos, las arcadas eran más difíciles de contener que el hambre voraz.

Finalmente, teníamos unas horas para leer libros recomendados por el padre Bramson y salir al jardín a jugar a juegos basados en la jerarquía y la obediencia.

Todo parecía condenado a la repetición hasta el día en el que mi mejor amigo, Joshua, cumplió los doce años, el padre Ainsworth se quedó a solas con él en el aula mientras el resto se habían ido ya al comedor. Yo me quedé esperando a Joshua hasta que saliera, pegado a la pared sin hacer demasiado ruido.
Pude escuchar un par de golpes y las súplicas de mi compañero, pidiendo al sacerdote que se detuviera mientras que se escuchaban gemidos y el chirrido inconfundible de la mesa del profesor arrastrándose con fuerza por el suelo. Me preocupaba lo que estuviera pasando pero no me atrevía a entrar.

Después de un rato, Joshua salió con los ojos lagrimosos, la camisa rota y nada más cerró la puerta, escupió en el suelo un líquido blanquecino y viscoso que cayó con contundencia contra el baldosín del suelo.  Tenía los pantalones empapados y olía a orín, me miró y comenzó a llorar mientras se alejaba a toda prisa por el pasillo, yo traté de seguirlo pero se metió en el baño y cerró la puerta.

Entonces no sabía lo que le había sucedido a mi amigo, pensaba que el religioso le había dado unos azotes y le había obligado a beber jabón porque probablemente habría dicho alguna palabra malsonante, y él nunca habló del tema, no lo hizo mientras seguía con vida hasta que pasadas dos semanas se lanzó desde la ventana y murió en el acto.

Para mí significó una gran pérdida y una gran tristeza, un hueco en mi vida que me hizo más callado y asocial. El padre Ainsworth se fijó en mí, pudo ver mi cara de soledad y me dijo:

-Cuando finalice la clase deberás quedarte, quiero hablar contigo...

Supuse que quería consolarme, no fue lo que hizo, pero al menos descubrí la causa del suicidio de Joshua.


Anónimo