miércoles, 15 de noviembre de 2017

Nada me conmueve

Aquí dejo hoy uno de los pocos autores junto a Schopenhauer y Nietzsche que es conocido popularmente y que aún así es admirado en el mundo satanista, Théophile Gautier es polémico en el satanismo debido a su dualidad en algunos escritos pero sin embargo, es un libro de iniciación básico en cualquier comunidad satanista y en diversas sastánicas.







Sabes con qué entusiasmo he buscado la belleza física; la importancia que atribuía a la forma externa y qué importancia doy al mundo visible. Así debe ser, pues estoy demasiado corrompido y hastiado para creer en la belleza moral y perseguirla con cierta constancia. He perdido por completo la noción del bien y el mal y a fuerza de depravación casi he regresado a la ignorancia del niño y el salvaje. En realidad nada me parece loable o blasfemo, y las acciones más extrañas apenas me asombran muy poco. Mi conciencia es sorda y muda. El adulterio me parece la cosa más inocente del mundo. Encuentro muy natural que una jovencita se prostituya y me parece que traicionaría a mis amigos sin el menor remordimiento. No tendría el menor escrúpulo al empujar con el pie a un precipicio a las personas que me molestan si caminase junto a ellas por la orilla. Vería con sangre fría las escenas más atroces, porque hay en los sufrimientos y en las desgracias de la humanidad algo que no me desagrada. Al ver que alguna calamidad cae sobre el mundo, experimento la misma impresión de voluptuosidad acre y amarga que percibo cuando al fin uno se venga de un viejo insulto. ¡Oh, mundo! ¿Qué me has hecho para que te odie así? ¿Quién ha puesto el acíbar de la suerte contra mí? ¿Qué esperaba de ti para guardarte tanto rencor por haberme engañado? ¿A qué altísima esperanza has mentido? ¿Qué alas de aguilucho has cortado? ¿Qué puertas debías abrir que permanecen cerradas y quién de los dos ha fallado al otro?

Nada me afecta y nada me conmueve. Ya no percibo nada al oír los relatos de actos heroicos, esos sublimes estremecimientos que me recorrían en otros tiempos de la cabeza a los pies. Todo eso me parece hasta un poco tonto. Ningún acento es lo bastante profundo para morder las fibras distendidas de mi corazón y hacerlas vibrar. Veo derramar las lágrimas de mis semejantes con los mismos ojos que contemplo la lluvia, a menos que sean de un agua especialmente bella, que la luz que reflejen sea de una tonalidad pintoresca o se deslicen por una mejilla hermosa. Apenas quedan ya los animales por los que siento un débil resto de piedad. Dejaría moler a golpes a un campesino o a un sirviente, pero no soportaría con paciencia que se hiciese algo semejante a un caballo o a un perro en mi presencia. Y, no obstante, no soy malo. Nunca he causado mal a alguien en este mundo, y posiblemente no lo haga nunca. Pero esto tiene que ver más con mi indolencia y mi desprecio total por todas las personas que me desangran, que no me permiten prestarles atención, ni siquiera para hacerles daño. Aborrezco a todo el mundo en conjunto y de entre esa masa apenas considero a uno o dos dignos de ser especialmente odiados. Odiar a alguien es preocuparse tanto como si se lo ama, es distinguirlo, aislarlo de la multitud; es permanecer en estado violento a causa suya; pensar en él durante el día y soñarlo por la noche, morder la almohada y rechinar los dientes soñando que existe. ¿Qué más puede hacerse por alguien que se ama? Las fatigas y trabajos que nos damos por perder a un enemigo, ¿nos los daríamos por complacer a un amante? Lo dudo. Para odiar a alguien hay que amar a otro. Todo gran odio sirve de contrapeso a un gran amor. ¿Y a quién podría odiar yo que no amo a nadie?

Mademoiselle de Maupin
Théophile Gautier - 1835