lunes, 27 de noviembre de 2017

Oigo pasos

En el bosque mágico, sentado sobre un muñón escucho unos pasos que se aproximan a mi posición como si pretendieran rodearme. Son los leñadores que avanzan con paso firme. Vienen a talar, a desquitarse ferozmente contra su propio aliado.

Entonces, entre luceros que casi abarcan todos los colores posibles y las luminarias que se van apagando para renovarse por otras más brillantes pero suficientemente tenues como para no ser abusivas, entre estos árboles que parecen más vivos que un niño, los leñadores se detienen.
No portan hachas sino flores humeantes, sus manos no están corroídas por las astillas y apenas se vislumbra un gesto que entregue pistas de sus intenciones.

Los leñadores se van difuminando mientras el humo que sale de las flores en sus manos se va haciendo cada vez más denso y varía de tonalidad de forma rítmica, "¡se va a romper el dique!" escucho dentro de mi cabeza. Otra vocecilla infantil me cuestiona la gravedad de tal suceso "si es para dar lugar a un mundo mejor ¿qué hay?"
Y entre todos estos pensamientos buceo en mi mente para encontrar la verdadera senda del horror. Porque hoy estoy decidido a acabar con mi sufrimiento, no se puede vivir con miedo. Esa música recurrente que antes me causaba escalofríos cual sirena de un Stuka, porque precedía la tortura psicológica, esos mismos sonidos ahora se han apagado. No hay sólo un tipo de silencio, este es el silencio de la gravedad, del comienzo del caos. Es ese silencio que empieza a desembocar en un zumbido y parece que anuncia una revolución.

Llego al infierno y Lucifer está agotado. No se puede condenar a un ser de luz a la oscuridad, siempre se siente inquieto, no está en su medio y trata de escapar atormentando a los que viven en el mundo en el que él ansía vivir desde la coraza de la ignorancia, entonces parpadeo y aparece un sacerdote temeroso azotando con un látigo al mismísimo demonio, le está haciendo daño.
Prosigue con una tremenda golpiza hasta que Satanás escupe pecunias, cuando el sacerdote se dispone a recogerlas lo tomo por el cuello y con una fuerza nunca antes vista, aplasto su columna vertebral y su expresión de quien se sabe triunfador en un engaño, en una estafa, cambia a una expresión de sorpresa y dolor. Escupe sangre por las cuencas de los ojos, la nariz y la boca. Aprieto, intento bajar aún más como si quisiera comprimirlo y algo rojo y manchado se sangre parece deslizarse por su lengua, está vomitando los pulmones y sale un tremebundo olor, un aroma de niño en llamas casi indescriptible.

Entonces su cabeza termina por explotar y de ella sale un pequeño niño que me mira tratando de intimidarme:

-¿Qué haces? -le pregunto-
-Tengo miedo, por ello trato de reaccionar de la forma contraria para que piensen que no lo tengo

Tras un segundo infinito, le respondo:
-Ahora eres libre, no tienes que actuar siempre al revés a como realmente deseas, las cadenas del dinero no te hostigarán más, tampoco los demás ni volverás a ser golpeado como lo llevas siendo en tu infancia.

Entonces el niño hace un gesto y otro niño que estaba escondido le agarra de la mano, se besan y se van desvaneciendo con un llanto de fondo. Es el diablo, tirado por los suelos, tratando de lamer las heridas que le ha realizado el cura.

-En algún momento te temí, ahora no te aplasto sólo por compasión. -Le digo mientras le observo con asco-

Sorprendentemente, comienza él a desvanecerse mientras que me dice entre sollozos:
-Sin mí, tú nada eres y en la nada habitarás.

Observo mis pies, están humeantes, estoy desapareciendo, me convierto en humo, en aire, noto cómo mi cuerpo se libera finalmente.


Lucius Varlijk - El bosque mágico y campanillas. Primer capítulo completo.

Esta entrada se ha publicado con permiso explícito del autor que así lo ha hecho saber mediante correo electrónico.