martes, 6 de agosto de 2019

Recuperemos lo que es nuestro (II)

Entonces escuchamos cómo uno de los vecinos del pueblo decía en voz alta que se había ido la luz. ¿Ido adónde? pensaba yo mientras aguardaba expectante la reacción de aquellos iletrados.

Mientras escuchábamos un par de puertas abrirse y nos asomábamos por la ventana de su salón comenzamos a juntar nuestras caras y noté cómo comenzaba a sonreír, algo que pasaba como mucho un par de veces al año.
Se escuchó una explosión mayor que la anterior y un grito sordo a lo lejos, un alarido que perturbó aquella calma que era casi tangible a esas horas de la noche. Salimos con disimulo de su casa mientras nos camuflábamos entre todas las personas que salían de sus hogares y marchamos junto a ellos en dirección a la caja metálica, fuente de aquel ruido irrepetible.

Pisábamos ramillas pero no oíamos ningún crujir, pues un llanto estremecedor que cortaba el viento lo impedía. Fuimos caminando más rápido hasta que los árboles se apartaron y pudimos contemplar aquella sugestiva escena. Un padre de familia del pueblo de al lado había tratado probablemente de reparar sin éxito aquel aparatejo, ahora yacía petrificado y quemado en el suelo, con una mano completamente fundida, prácticamente desvanecida, se veía el interior de aquel brazo destrozado, casi despedazado.
Su mujer, ataviada con un pañuelo en la cabeza y una larga prenda blanca de vestir que aunaba la parte superior del cuerpo con la inferior así como una chaquetilla color ocre de lana y unas botas marrones completamente agujereadas y desgastadas, lloraba de forma escandalosa mientras trataba de no desmayarse. Esa respiración agitada y taquicárdica, esos ojos marrones llenos de lágrimas y esa nariz moqueante e irritada. Sus manos trataban de sujetar su cabeza tapando su cara, pero se detenían a medio camino, no tenía fuerzas ni para flexionar el codo. Estaba rota de dolor, muriendo por dentro mientras el pánico y la pena se apoderaban se un cerebro que marchitaba a cada segundo. El trauma, la castración de capacidad intelectuales y sentimentales...
A su derecha estaba la hija de aquella mujer y el hombre electrocutado, tenía los dientes superiores asomando, los ojos todo lo abiertos que le permitían sus párpados y una media melena castaña alborotada y desaliñada. Su expresión estaba congelada, al igual que todo su cuerpo, no se movía, parecía no respirar mientras miraba al infinito, aunque sus ojos apuntaran al cadáver de su padre. Pasados unos segundos, su cabeza comenzó a moverse de un lado a otro apenas unos milímetros, más que in giro era una vibración, un movimiento involuntario y repetitivo. Parecía estar tratado de negarse a algo pero su cuello rígido no se lo permitía, por ello aquel temblor ladeante.
Su hermano, que tendría unos diez años, es decir: dos más que la niña paralizada, miraba al suelo mientras las lágrimas le empapaban la cara.
-¿Qué le ha pasado a papá? ¿está muerto verdad? ¿por qué...?

Uno de los ancianos allí presentes volteó al chaval para sacarlo psicológicamente del momento y tomándole la mano comenzó a alejarlo. Pero se detuvieron instantáneamente porque la madre del muchacho comenzó a gritar todavía más fuerte y se desplomó en el suelo. El niño soltó la mano del anciano y abrazó el cuerpo de su madre mientras gritaba "¡mamá! ¡mamá! ¿qué te pasa? ¡mamá!"
La angustia hacia mella en los presentes y aquel anciano abrazó al niño. Todos se fueron portando el cuerpo de la madre hasta su casa para tratar de reanimarla. Todos se marcharon a la carrera y dejaron a aquella niña sola, que seguía ensimismada.

Entonces ella se acercó a la niña y le dijo:
-Si quieres ir con tu papá puedes hacerlo, sólo tienes que abrazar muy muy fuerte eso negro (haciendo referencia a un panel metálico que había dentro de la caja).

La niña comenzó a mirar a ella a los ojos y su expresión se modificó ligeramente, fue un cambio casi imperceptible, parecía más horrorizada incluso que antes. Ella prosiguió:
-Tu mamá se va a morir y tu hermano no te quiere, ve con papá, ¡vamos!

Yo observaba toda la escena sorprendido por lo que había pasado, pero viendo el cariz que estaba tomando aquello, dije:
-¡Vayámonos! aquí ya no tenemos nada que hacer, será mejor volver a casa porque sin luz está oscureciendo demasiado y hace frío.
Ella me miró con semblante serio, podía oler ese enfado contra mi persona por no quedarme a ver si era capaz de manipular a la niña para que cumpliera con su voluntad. La tomé por la mano y comenzamos a caminar hacia su casa de nuevo, paseando por el bosque de noche mientras nos alejábamos de aquella niña, que quedaba a merced de su juventud y de la amargura, de las palabras que la animaban a cometer suicidio.

En cierto modo, cuando habíamos caminado lo suficiente y me giré para ver por última vez a la niña, supe que era la última vez que la veía, algo en mi interior me decía que iba a morir, que realmente estaba condenada. Le habían arrebatado a su padre, a su madre, a su hermano, a su inocencia, su niñez era ahora una carga más para su madre.
Paseamos hacia nuestro pueblo cuando escuché una carcajada tímida. Entonces la miré a ella y vi cómo imitaba el movimiento de la cabeza de la niña, copiaba aquel temblor desesperado mientras me miraba con los ojos muy abiertos y una sonrisa malévola. Arqueó una ceja y mostró una sonrisa torcida con los labios cerrados, la besé y caminamos hasta llegar a la cama, donde me obligó a tener relaciones sexuales. No quería, no me apetecía, pero la carne es débil y más débil soy yo frente al destino.

Amaneció un nuevo día y cuando salimos para ir a adquirir el periódico y leerlo juntos, el propietario del kiosko estaba consolando a una mujer y entre muchas palabras necias, la mujer le dijo:

-Es que encima la niña se ve que se quedó sola... en el bosque... estaba completamente destripada, piensan que un lobo pero claro...

Nunca supe si lo que aquel supuesto lobo había devorado era un cadáver electrocutado o una niña viva. De cualquier modo, sea como fuere, había muerto devorada por una loba implacable.