martes, 22 de septiembre de 2015

Bullying



Era más bien de los malos, un antagonista frío y calculador que no se asemejaba demasiado al perfil por excelencia de los gamberros de clase. No me gustaba salir demasiado por ahí, mi familia era más o menos normal y nunca me faltó atención ni cariño. Es más, aprobaba con soltura cuando me lo proponía, cualquier asignatura.
En teoría debía haber sido un abusado, pero yo era un tipo duro, me burlaba de la gente y estaba infiltrado en ese mundo de violencia y falsedad en el que los "bullies" se sienten como en casa. Yo sabía que detrás de cada abusón había una trágica historia, me las sabía todas: padres separados y ególatras, familias desestructuradas, alcohol y drogas en el seno de la familia... Era lo de siempre, y claro: cuando sabes lo que se esconde detrás de cada fachada, puedes hacer mucho, mucho daño a esos adolescentes crueles, porque a mí a cruel no me ganaba nadie.

Me aburría mucho en clase, no era lo mío, me sobraba inteligencia y mis compañeros eran demasiado idiotas para seguirme el ritmo, así que comencé a ocupar ese tiempo libre y a pagar mi frustración de verme encerrado en un lugar para gente con capacidades mentales inferiores a las mías con los profesores y los alumnos más débiles. Incluso a los abusones que no seguían las normas también les daba estopa, creé un pequeño grupo de tres chicos y dos chicas que nos dedicábamos a abusar de los demás mediante insultos, humillaciones, acoso continuado y amenazas. Sabíamos que podíamos desestabilizar a cualquiera y hacerle suspender, teníamos fácil el arruinarle la vida a cualquier persona. De esa guisa pensábamos y actuábamos. Nadie osaba buscarse problemas con nosotros y esa sensación de poder y disciplina nos encantaba.

Éramos minoría, si se nos hubieran revelado quizá la cosa hubiera sido muy diferente, pero claro, nadie tenía el coraje de meterse en un lío por ayudar al prójimo y eso era fundamental para nuestra estrategia, porque el poder de un abusón no es el miedo, es la indiferencia y el egoísmo entre los demás.

Entre todas nuestras víctimas recuerdo una, una chica a la que llamábamos la gamba. Era víctima porque tenía un cuerpo delgado y según nuestro juicio: su rostro no era muy agraciado. Aquella chica se llamaba Paula y era como ya he dicho: delgada, pálida y muy inteligente. Ella siempre me admiró porque yo tenía relaciones con otras personas y de hecho, era una persona muy influyente en el instituto pero a su vez no era un fracasado en lo que a rendimiento académico se refería. Nunca hacía los deberes, nunca estudiaba pero mis notas eran inalcanzables hasta para los más testarudos empollones. Ella tenía más de lo segundo que de lo primero: era una persona con un gran rendimiento intelectual, pero no sabía relacionarse prácticamente con nadie. Siempre la repudiaban, nunca hablaba y no parecía tener nada especial.

Así que un día cometió un error fatal, le envió una nota de "amor" a un auténtico imbécil, al menos por aquella época, dicho imbécil era yo. En esa nota ponía, resumiendo, que le encantaba que fuera tan inteligente y social pero que se preocupaba mucho por mí ya que tenía la manía de juntarme con malas compañías y no quería que acabara mal. También confesaba cierta atracción por mí aunque de forma muy críptica.

Yo me apresuré a mostrar esa nota a mi grupo de abusones, que comenzaron a mandarle notas a Paula haciéndose pasar por mí hasta el punto de pedirle fotos íntimas. Ella no caía en estos trucos y de hecho sospechaba que yo había corrido la voz pero no decía nada. Llegado el día, las dos chicas de mi grupo trajeron una botella con orín y se la echaron por encima, además de escupirle y destrozarle los útiles, el material fungible. El resto de la clase se quedó expectante y finalmente estalló en una sonora carcajada, tan humillante como la realidad para un personajillo de internet, tan dura como el asfalto para el motorista.

La pobre Paula se fue corriendo a su casa, lo que le valió un expediente por escaparse del instituto. Yo ante estos hechos estaba confuso, por un lado veía en ella una persona válida a la que quería conocer, pero por otro yo era un tipo duro y despiadado y si esa imagen se venía abajo quizá toda mi vida se podía desmoronar. Así que lejos del amor, me conformaba con el sexo fácil que obtenía de una de las chicas que había humillado a Paula.

Estos episodios de vejaciones siguieron casi a diario hasta que finalmente arribó el "gran" momento, se acercaba el final de curso y decidieron que a los tontos que sufrían bullying había que darles la estocada final y así se hizo. Uno tras otro iban cayendo en barbaridades a cada cual más cruel y brutal hasta que solo quedaba aquella chica apodada como gamba.
Yo tenía en mente que si no hacía nada para pararlo, la suya por ser la última, iba a ser una de las putadas más duras jamás hechas a un adolescente. Pero no podía, me sentía incapaz de enfrentarme a aquellos que habían sido mis amigos, me mostraba cobarde por dentro ya que ellos tenían vidas desastrosas y la crueldad más absoluta la habían mamado de mí. Habían aprendido a hacer el mal tal y como yo les había enseñado y por ello sabía que eran capaces de cualquier cosa y preferí que Paula sufriera aquello antes que sufrirlo yo.

Las chicas había preparado la broma definitiva, habían estado grabando vídeos de mí y tenían fotos, habían mimetizado incluso mi forma de comunicarme por internet y crearon un messenger falso. De algún modo consiguieron hacerlo creíble y consiguieron fotos más o menos íntimas de Paula. Incluso un vídeo en el que ella salía llorando y dirigiéndose a mí o más bien a su webcam, confesando una atracción que iba mucho más allá de lo que yo había pensado. Hacía referencia a su enfermedad, a su bulimia que había contraído por culpa nuestra ya que las chicas le habían dicho que yo no salía con "gordas".
El último día de curso, estas fotos fueron expuestas por todos los baños, tablones, clases y por los patios. Las habían metido por debajo de las puertas cerradas hasta del despacho de profesores. Y el vídeo, cómo no, empezó a circular como la pólvora por emails. Paula asistió ese día nadie le había advertido de lo que había pasado, de la jugarreta que le habían hecho. Un chico avisó de que la había visto llegando al instituto, había que prepararse, todos formando un círculo para cuando entrara empezar a chillar y a insultarla mientras que desde el último piso le lanzaban cubos de agua con lejía y escupitajos.  Yo asistía a ese dantesco espectáculo sin reaccionar, vi cómo se quebró por dentro, cómo temblaba, cómo no podía contener la orina, cómo se le habían secado los ojos incluso para llorar. No le dejaban huir, estaba encerrada en ese círculo sin escapatoria posible y alguien estaba aprovechando el haber traído una cámara de vídeo para grabar la escena. Su vida se había acabado, de eso no se levanta cabeza y ella me buscaba, me miró y con los ojos me pedía auxilio, quería que la rescatara, que la sacara de ahí que contuviera a esa horda infame y llena de malnacidos que querían verla morir ahí mismo. A mí se me heló la sangre, y comencé a hacer muecas de indiferencia. Acudieron varios profesores que comenzaron a gritar y a deshacer ese corrillo infernal. Nos fuimos y la fiesta continuó, Paula había desaparecido casi paralizada llevada por dos profesores en volandas porque no caminaba.

Meses más tarde cuando estaba consumiendo marihuana con un amigo, uno de los ideólogos de aquella barbarie de hecho, Apareció la madre de Paula y nos miro inquisitivamente a los ojos, podía notar el odio ardiente, el calor que le hacía hervir la sangre la pesadumbre que portaba y el discurso acusador que tenía reservado. Nos dijo que tenía la grabación de lo de aquel día, que iba a entregarla a la guardia civil y que incluso iba a pagar a unas personas para que nos hicieran lo mismo que le habíamos hecho a su hija salvo que le pidiéramos perdón. Accedimos a disculparnos porque teníamos miedo de ir a la cárcel o meternos en un lío con gente peor que nosotros. Nos condujo a su casa, donde claramente debía estar aquella chica destrozada, pero no había ni rastro de ella, solo estaba su madre quien nos mostró cómo su hija había destrozado la puerta de su cuarto por dentro, estaba llena de manchitas de sangre seca y de arañazos. En muchas ocasiones la impotencia y la rabia le habían hecho destrozarse las uñas contra esa madera impasible. Había también manchas en el suelo, eran simplemente pequeños mosaicos en los que algo se había comido el brillo: los ácidos estomacales que ella había lanzado sobre ellos. Ya que a veces no se podía contender y vomitaba allí mismo, nos mostró la ropa que utilizaba antes de conocernos y la de después, con una enorme diferencia de tallas entre ellas por la extrema delgadez que había hecho mella en ella. Contemplamos la cuchilla con la que se había estado desahogando y los restos de sangre seca en la bolsa de la papelera... se nos revolvió el estómago y con razón.

Ante tales acontecimientos y pruebas de fatalidad le preguntamos a su madre cuánto tardaría ella en volver para poder disculparnos e irnos de allí cuanto antes. Nos miró de forma extraña y nos dijo que era mejor que fuéramos a por ella porque no iba a volver a casa, nos llevó unas cuantas calles abajo, y las lágrimas recorrían su cara cuando pasábamos por el instituto. Finalmente llegamos a una calle ancha y muy soleada en la que nos detuvimos. La madre señaló hacia la calle de enfrente y nos dijo: está allí dentro. Era el cementerio, Paula se había suicidado tomando multitud de pastillas y bebiéndose un litro de whisky que su madre guardaba en una estantería. Nos quedamos sin saber qué decir, mi amigo comenzó a ponerse muy nervioso, taquicárdico y de hecho tuvimos que avisar a sus padres y a una ambulancia porque hiperventilaba sin pausa y de forma vertiginosa.

No sabría expresar con palabras lo que sentí en aquel momento, fue el golpe más duro que la vida me ha asestado. Sigo llorando por las noches y no por pena o por que me sienta culpable, sino porque es como si la vida me hubiera puesto la criatura más dulce y que probablemente más feliz me hubiera hecho delante y yo la hubiera masacrado con saña. Sigo aullando a la luna en mi soledad espiritual, porque algunos caminos de la vida son demasiado elevados y ciertas personas por su condición de
escoria no pueden acompañarte a esos lares, solo otros seres elevados como Paula podrían recorrer el camino conmigo, pero ahora nunca podrá porque yo la maté.



-La anterior es una historia ficticia y que poco o nada tiene que ver con la realidad, es fruto del ingenio del autor para mostrar una realidad.-