jueves, 3 de octubre de 2013

Todo se torna negro

La corrupción, las violaciones, los asesinatos, el dominio mundial por parte de unos pocos... todo ello puede servir como base a cualquier noticia, en cualquier periódico, en cualquier lugar del mundo.
Quizás por ahí venga Dios, la gente ve en las multinacionales y la clase política un dominio mundial que les aterra, es lógico que quien tenga el poder absoluto, aquel que posea la pesada maza de la justicia sea justo. Los humanos somos imperfectos y lo imperfecto nunca puede ser pieza de una estructura perfecta.

Cabe pensar que la infancia representa la parte fundamental, el aprendizaje de la persona, esa etapa en la que adquirirá valores y experiencias que le alumbrarán el camino, como en el resto de animales. Pero en nuestro caso, esto no funciona así.

Cuando nos explican -de pequeños- que si otro niño hace algo incorrecto y somos testigos de ello, debemos dar parte a un adulto para que le riña y le aplique un correctivo no nos dicen que cuando seamos adultos tendremos que olvidar esta lección, porque si otro adulto se porta mal ¿a quién dar parte? ¿a la policía? ¿se atrevería usted a levantar el teléfono y decir que quiere denunciar a un banco? ¿a una multinacional? ¿a un hombre rico? No lo haga, se reirán de usted. Lo cierto es que los malos tienen el poder y nadie puede darles una lección. La injusticia gobierna el mundo y no existe aquel que pueda equilibrar la balanza.

Todos anhelamos un ser que castigue al infractor, una fuerza todavía más poderosa que el dinero y las armas que soluciona los problemas que los propios hombres nos hemos creado. Pero piense por un momento si no sería más lógico que quien estropea fuera quien reparara. ¿Por qué ha de solucionar un ser superior lo que hemos estropeado nosotros? ¿No lo volveríamos a estropear de nuevo? ¿No tenemos lo que nos merecemos?