lunes, 23 de noviembre de 2020

¿Qué es eso de la religión?

 Mientras paseábamos por aquel bulevar sin final, escuchábamos el correr del agua, que silenciaba gradualmente las voces de la muchedumbre. A lo lejos se vislumbraba una figura inconfundible, una fábrica de perdón, una hermosa iglesia que se alzaba imponente entre modernos rascacielos plagados de oficinas de banca y empresas aseguradoras. Pisando unas hojas ya secas por la implacable caricia otoñal, aquel crujir evocó en mí un pensamiento y con él, una reflexión que no dudé en compartir con el maestro.

-Maestro, ¿qué es realmente la religión? -pregunté curioso como el niño que habla por primera vez con su padre de sexo-

-¿La religión o las instituciones que las promueven?

-No sabría cómo responder a eso.

-Presupongo que recordarás aquella noche tan amarga en la que no podías dormir y sufrías sofocos incesantes que hacían palpitar tu juicio, esa penumbra que penetraba en tus fueros internos y te hacía replantearte el sentido no ya de la vida, sino de tu propia vida. Recorrías apresuradamente los argumentarios que guardas en tu mente tratando de encontrar uno que no te condujera al suicidio. Descartaste rápidamente aquellos que tenían que ver con el dolor o la decepción de terceros, pues bien sabes que nunca los verías estando ya muerto. En esos instantes en los que parece que vas a tomar una determinación sin marcha atrás, otros como tú recurren a una fuerza suprema que les empuja a la vida y les aleja de la oscuridad, ¿entiendes?

-Creo que sí, ¿los temerosos crearon a dios para justificar el sufrimiento que es vivir?

-En cierta medida, lo que ocurre es que hay quienes entendieron que para paliar el sufrimiento de los demás debían transmitir la idea de un ser incontestable y que realmente pudiera preocuparse por todo ser vivo al mismo momento, en cualquier lugar. A cambio, claro, decidieron que cobrarían la voluntad. Cuanta más voluntad, más sencillo sería llegar a todos los rincones y así acabar con el sufrimiento de todo ser humano capaz de entender la premisa. 

-Pero no todo el mundo cree en la premisa, ¿no es así?

-Quienes crean a dios no pueden creer en él, eso es evidente. Los ateos, quizá los herejes somos el grupo de personas demasiado inteligentes como para confiar nuestro destino en una creación de otro humano. Claro que, al contrario de lo que se ha creído, la iglesia nunca tuvo reticencias con este precepto, un ateo por el hecho de serlo, nunca fue pasto de las llamas purificadoras. Lo que ha perseguido siempre la sagrada institución es la difusión de la palabra de la razón, de la ciencia. No ya porque supusiera un revés pecuniario, sino porque se planteaba la idea de que aquellos seres racionales que difundieran la verdad y arrojaran a los hombres llanos a la senda del pensamiento y el descubrimiento, en cierto modo, estaban condenándolos a noches como la que tú bien evocas cuando sufres.

-¿Se trata pues de engañar a la gente para que no sufra?

-La gente es un concepto absurdo, pues bajo esas túnicas que esconden pleitesía a aquello que dicen castigar, siempre ha habido la suficiente capacidad intelectual como para comprender que las personas realmente talentosas nunca podrían creer en aquello que ellos predican fastuosamente. Nunca se puede engañar al sabio, aunque sí confundirlo. De modo que su objetivo siempre fueron las ovejas, nunca los lobos. 

-¿Deberíamos pues aceptar que en cierta medida es mejor conservar la religión para que los simples de mente no sufran?

-Puedes guardar el sufrimiento para ti, pero ello redundará en la idea de la soledad, casi inseparable del castigo de la inteligencia. Otros muchos sabios sin embargo, decidieron compartir su desazón interna con el resto del mundo, por ello la santa iglesia decidió castigarles, porque no perseguían compartir la verdad para trazar una línea de partida y alcanzar el conocimiento como una manada que busca agua en el desierto, sino, equiparar a inteligentes e incapaces sumiendo a los segundos en esa espiral de autodestrucción y caos mental que desnuda a la realidad. La iglesia siempre protegió a los débiles alejándoles del sufrimiento y castigando a aquellos que se prestaban a ofrecer la resaca sin el brebaje. 


Extracto del libro maldito. Athanatos.