viernes, 17 de agosto de 2018

De camino a la escuela

¿De qué nos sirve ir allí? tan sólo es una pérdida de tiempo pues no se puede instruir a quien es tan inteligente como para comprender que aprender las cosas por uno mismo es la única manera, para dilucidar la idea de que no hay mayor inspiración que la curiosidad por la naturaleza de la que somos parte.

Tampoco se puede instruir a quien es tan poco inteligente como para no entender lo anterior. Realmente tan sólo vamos a un lugar cerrado en el que obligan a aquellos con habilidades sociales a abusar de aquellos que no las poseen hasta que acaben por tenerlas o sean rechazados del sistema. Eso es la escuela, un pequeño empujón al vacío para ver quién vuela y quién nació ya muerto. Nos encaminamos hacia un ritual en el que una persona sin ningún conocimiento real, sin ninguna especialización, nos hablará de las bases del conocimiento según sus gustos personales y experiencias y trasladará los traumas y las vejaciones que sufrió a aquellos que vea más débiles en el aulario. 


Mientras, los que realmente estamos por encima de ese odioso lumpen que recurrirá a las drogas para salvarse de sus pesadillas y poder apagar esos pequeños y disfuncionales cerebros definitivamente, mientras, seguiremos riéndonos de su desgracia un día más y trataremos con sutileza de empujarles hacia la auto-destrucción para tener algo de lo que hablar en el futuro. Carnaza que arde y se calcina en un vil y repudiable espectáculo público, una función deprimente y decadente que forma parte del hastío diario de las gentes del pueblo. 

¿Para qué vamos a ir hoy allí? piensa en la inutilidad y en el absurdo que supone. Vayamos al bosque, refugiémonos en lo más profundo de estas tierras y pasemos un día juntos, un día en el que el amor y el misticismo sean el cielo y la tierra, donde un arcoiris negro asuste a los temerosos y nos de un día más de vida. Los sueños y las penurias, contigo todo se hará real.
En un poblado en el que siempre llueve ¿de qué nos servirá llorar? en un lugar donde la gente es ignorante y mete las narices en las vidas de los demás ¿por qué entretenerlos a ellos en lugar de vivir nuestras propias vidas? ¿cambiará algo el día de nuestra muerte? ¿se congelará el tiempo? ¿dejará de rotar la Tierra? si ni tan siquiera encontramos una justificación a la propia existencia: ¿qué justifica ir hoy a la escuela?

Lo cierto es que aquellas palabras me hicieron reír. Había algo de infantilismo en todo aquello, notaba lo pueril del asunto, pero claro, teníamos nueve años tan solo. Aunque en muchas cosas ya éramos adultos y probablemente no tuviéramos nada que ver con lo que un niño de nueve años era en aquella época o en la actual, ella aún guardaba algo de inocencia.
Yo pensaba para mis adentros que se equivocaba en el hecho de que un profesor sin niños es como un pastor sin rebaño, si nosotros decidíamos no ir, quizá, no ocurriría nada, pero en un aula con apenas diez infantes era difícil de prever las consecuencias.
Al contrario que ella que siempre quería pasar desapercibida y no tener contacto alguno con nadie más que conmigo, a mí sí me gustaba tener repercusión en otras vidas y ciertamente me causaba gracia el no ir a la escuela y fastidiar a todos los demás. Cuando faltaban alumnos inteligentes, entonces los profesores evitaban impartir clases demasiado sustanciales. Esa agonía y ese aburrimiento infinitos en los demás críos para mí era un motivo de felicidad.

Siempre me ha gustado experimentar con las personas, ver cómo reaccionan, sólo conoces bien a alguien cuando se quita la máscara, y la máscara se quita sólo en cierto tipo de situaciones.

Le dije que no fuéramos, que podíamos ir al bosque y pasar el día juntos. Aún recuerdo la cara de mis padres cuando llegué a casa, estaban visiblemente enfadados porque el profesor les había preguntado que qué tal estaba yo (creyendo que estaba enfermo, la excusa que siempre utilizaba) y claro, mis padres al saber que me había ausentado de la escuela tenían que reprimirme. Lo primero que se le enseña a un niño es que la libertad es mala, así funciona el sistema. Si mis padres hubieran dicho que yo era libre y que no me iban a obligar a asistir, en aquella época, en aquel pueblo, nada hubiera ocurrido, pero hoy día me hubieran dado en adopción a otra familia. el sistema no permite el mínimo ápice de rebeldía que es la lucha activa por la libertad.

Entonces, mi padre me habló de los terribles sufrimientos del trabajo no cualificado, mi madre amenazó con mandarme a trabajar con algún familiar. Yo simplemente asentí y dije que iba a jugar al parque. Repentinamente, vinieron mis amigos a buscarme para jugar por el pueblo y uno de ellos nada más mi padre abrió la puerta me preguntó por qué ella y yo no habíamos ido a la escuela. Mi padre cambio el estado iracundo por uno de sorpresa, seguramente pensaba en castigarme privándome de salir con mis amigos, pero en su mente bucólica y desfasada comprendió ligeramente lo que ocurría. Me dejó salir hasta tarde, supuso que cuando mis amigos se recogían en casa sobre las ocho de la noche yo me quedaba hasta bastante más tarde con mi chica.
Nunca jamás me volvió a gritar, vio en aquel comportamiento y gesto de madurez algo que le asustaba, se alejó de mí en muchas facetas, realmente temió que la evolución hubiera hecho de las suyas demasiado repentinamente.