Aquí dejo hoy uno de los pocos autores junto a Schopenhauer y Nietzsche que es conocido popularmente y que aún así es admirado en el mundo satanista, Théophile Gautier es polémico en el satanismo debido a su dualidad en algunos escritos pero sin embargo, es un libro de iniciación básico en cualquier comunidad satanista y en diversas sastánicas.
Sabes con qué entusiasmo he
buscado la belleza física; la importancia
que atribuía a la forma externa y qué
importancia doy al mundo visible. Así
debe ser, pues estoy demasiado
corrompido y hastiado para creer en la
belleza moral y perseguirla con cierta
constancia. He perdido por completo la
noción del bien y el mal y a fuerza de
depravación casi he regresado a la
ignorancia del niño y el salvaje. En
realidad nada me parece loable o
blasfemo, y las acciones más extrañas
apenas me asombran muy poco. Mi
conciencia es sorda y muda. El adulterio
me parece la cosa más inocente del
mundo. Encuentro muy natural que una
jovencita se prostituya y me parece que
traicionaría a mis amigos sin el menor
remordimiento. No tendría el menor
escrúpulo al empujar con el pie a un
precipicio a las personas que me
molestan si caminase junto a ellas por la
orilla. Vería con sangre fría las escenas
más atroces, porque hay en los
sufrimientos y en las desgracias de la
humanidad algo que no me desagrada.
Al ver que alguna calamidad cae sobre
el mundo, experimento la misma
impresión de voluptuosidad acre y
amarga que percibo cuando al fin uno se
venga de un viejo insulto.
¡Oh, mundo! ¿Qué me has hecho para
que te odie así? ¿Quién ha puesto el
acíbar de la suerte contra mí? ¿Qué
esperaba de ti para guardarte tanto
rencor por haberme engañado? ¿A qué
altísima esperanza has mentido? ¿Qué
alas de aguilucho has cortado? ¿Qué
puertas debías abrir que permanecen
cerradas y quién de los dos ha fallado al
otro?
Nada me afecta y nada me
conmueve. Ya no percibo nada al oír los
relatos de actos heroicos, esos sublimes
estremecimientos que me recorrían en
otros tiempos de la cabeza a los pies.
Todo eso me parece hasta un poco tonto.
Ningún acento es lo bastante profundo
para morder las fibras distendidas de mi
corazón y hacerlas vibrar. Veo derramar
las lágrimas de mis semejantes con los
mismos ojos que contemplo la lluvia, a
menos que sean de un agua
especialmente bella, que la luz que
reflejen sea de una tonalidad pintoresca
o se deslicen por una mejilla hermosa.
Apenas quedan ya los animales por los
que siento un débil resto de piedad.
Dejaría moler a golpes a un campesino o
a un sirviente, pero no soportaría con
paciencia que se hiciese algo semejante
a un caballo o a un perro en mi
presencia. Y, no obstante, no soy malo.
Nunca he causado mal a alguien en este
mundo, y posiblemente no lo haga nunca.
Pero esto tiene que ver más con mi
indolencia y mi desprecio total por
todas las personas que me desangran,
que no me permiten prestarles atención,
ni siquiera para hacerles daño.
Aborrezco a todo el mundo en conjunto
y de entre esa masa apenas considero a
uno o dos dignos de ser especialmente
odiados. Odiar a alguien es preocuparse
tanto como si se lo ama, es distinguirlo,
aislarlo de la multitud; es permanecer en
estado violento a causa suya; pensar en
él durante el día y soñarlo por la noche,
morder la almohada y rechinar los
dientes soñando que existe. ¿Qué más
puede hacerse por alguien que se ama?
Las fatigas y trabajos que nos damos por
perder a un enemigo, ¿nos los daríamos
por complacer a un amante? Lo dudo.
Para odiar a alguien hay que amar a
otro. Todo gran odio sirve de contrapeso
a un gran amor. ¿Y a quién podría odiar
yo que no amo a nadie?
Mademoiselle de Maupin
Théophile Gautier - 1835
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