miércoles, 25 de octubre de 2017

El verdadero satanismo

Hace algunos años, cuando yo contaba veintitantos años un amigo de toda la vida me habló sobre el satanismo de una forma un tanto diferente a la que yo concebía.

Ya había pasado la época de música anti cristiana, de vestimentas negras y pactos con el demonio y quizá buscaba algo más filosófico. Muchos navegantes desorientados acaban aquí y creen a pies juntillas que por prenderle fuego a un folio manchado con sangre se harán millonarios, atractivos y que su vida cambiará sin comprender que el pacto no se realiza con ningún ente de mayor poder que la propia voluntad, que es una conjura con uno mismo para vislumbrar la luz en la penumbra, para atisbar el poder de las capacidades propias.
Cuando uno realiza un pacto con el demonio simplemente se marca un objetivo en el camino y lucha hasta él sin importar lo que ocurra, es una fijación suprema que se consigue o se pierde la misma vida en la tentativa. Nadie nos ayudará más allá de nosotros mismos, y, para los creyentes, las fuerzas del universo que toman el nombre de Satán y que no son más que la negación del dogma y la defensa de la curiosidad más pueril y pura frente al sectarismo y a la castración mental disfrazada de progreso entre etapas del crecimiento.

Yo ya había dejado atrás todo aquello pero en mí ardía con pasión la llama de la inteligencia, del conocimiento y del descubrimiento. Entonces, aquel amigo antes mencionado, tras una conversación en la que postulé mi extenuación acerca de las ideas clásicas que rallaban el cristianismo aunque desde el prisma inverso, me cuestionó si yo realmente deseaba realizar un viaje y conocer al demonio, si necesitaba tanto que me enseñaran el punto de partida, si verdaderamente estaba dispuestos a abrir los ojos y cambiar de paradigma.
Obviamente respondí afirmativamente y en mi mente arribaron ideas de lo más pintorescas y extravagantes. Me imaginaba a un sacerdote vestido de negro con una cruz inversa e incluso pensé para mis adentros ¿abusará de ancianos?

Con el pasar de los días mi excitación iba en aumento y finalmente: una llamada, un verbo ligero para pedirme que me afanara, que reuniera mis bultos y que me personara en una ubicación mil veces utilizada como punto de reunión. Sentados en el interior de su vehículo, nos dirigíamos hacia las afueras de la ciudad condal, como si quisiéramos dejar atrás lo nuestro. Él puso la radio y se escuchaba una emisora que hablaba sobre los descuentos que se podían obtener en comercios de la ciudad a cambio de participar en una suerte de concurso. De pronto la radio dejó de sonar, simplemente se escuchaba un sonido de fondo cansino y desconcertante y cuando fui a apagar la radio mi acompañante me detuvo y me dijo:

"¿Lo ves? lo que se escucha es el Big Bang, la creación, el origen real de todo y a ti te parece molesto, que no debiera de estar ahí. Pero sin embargo escuchabas sin queja un locutor acuciante que imbuía comportamientos consumistas y degradados del ser humano en ti.
Por qué es tan burdo para ti el sonido del todo, por qué intentas no escuchar el universo y te abres inconscientemente ante otro ser humano que morirá como tú, insignificante."

Yo no supe qué responder, me dejó helado porque algo me decía que no me estaba invitando a parlamentar, me estaba dando una lección. Me transmitía conocimiento y por ello no esperaba respuesta. No se lamentaba porque le gustara aquel sonido y yo pretendiera quitarlo, sino que me quería dar a conocer algo en un viaje cuyo objetivo era el verdadero descubrimiento del satanismo.
Estuve ausente durante un par de horas, pensando casi en estado de hipnosis que aquello llevaba una carga brutal y que ese tipo de cosas sólo se perciben si tienes el receptor necesario y en buenas condiciones.

Finalmente llegamos a lo que parecía un bosque y tras un camino a pie muy largo llegamos a una casa muy antigua, de piedra. Estaba muy descuidada aunque ordenada. Se notaba que alguien quería preservar las malas hierbas pero sin dejar que se apoderaran del lugar completamente. No comprendo bien lo que sucedió, pero sin ser figura metafórica, se hizo de noche de pronto y había un fuego calentando a un hombre anciano, mayor. Algo me empujó, ahora sí, metafóricamente, a sentarme a su lado y mirarle. Pensé que alguien que vivía tan aislado del mundo probablemente no requería de mi persona ningún tipo de saludo cortés y simplemente le observé con atención.

Me dijo "¿Qué te parece esta cuchara?" mientras sostenía una cuchara llena de detalles presumiblemente hechos a mano, era un tallado extraño que parecía combinar diversos caracteres desconocidos para mí, era como ver un jeroglífico pero tallado en madera.
"Es bonita", le dije. Entonces me reveló lo siguiente:

"No existen las cosas bonitas, pero tampoco las feas. Una cuchara es siempre una cuchara y su función es la que la hace valiosa.
El verdadero satanismo es aquel que me permite enseñarte cosas, te las enseño porque tus dueños, quienes te manejan como a una marioneta tratan a diario de destruir toda verdad existente, tapan la realidad, embaucan y secuestran en una cárcel de ignorancia. Han exterminado a quienes llevamos la verdad por símbolo, o al menos a la mayoría y yo trato de expandir la sabiduría entre sus siervos como tú para que si realmente destinan sus esfuerzos en destruir la naturaleza y la realidad, tengan que destruir su propio sistema y con él a ellos mismos y así quede por fin la verdad, sin enemigo alguno."

Ciertamente comprendí mucho aquel día, me dijo decenas de cosas más, estuvimos hablando durante horas sin cesar, yo cuestionaba todo y él blandía la espada del conocimiento contra la armadura que me habían impuesto. Así conseguí empezar el camino hacia la verdad, hacia el conocimiento. La gran conclusión que saqué es que nunca hay que dejar de hacerse preguntas y tratar de responderlas sólo con la verdad que se encuentra en la naturaleza. No debe existir ningún código que nos aparte del conocimiento, ni secuencia numérica que nos aleje de la verdad ni letras que nos alejen del saber.

Años más tarde, cuando llegué a la treintena, llevé a una persona especial para mí a aquel lugar, quería que también aprendiera la importancia de la verdad. Esto no sería de interés si no fuera porque cuando llegué allí no había casa, ni anciano, ni restos de haber habido nada. De hecho, los árboles que cubrían el lugar donde tuvo lugar mi revelación llevaban el mismo tiempo que el resto de la zona, siglos. No había nadie ni nada allí excepto yo mismo. Quién diría que sin estar ahí, aún me seguía enseñando.

Domt


1 comentario:

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