sábado, 30 de abril de 2016

¿De qué están hechos los sueños?

Recuerdo que en aquella taberna todos me habían visto crecer, los hombres del pueblo me trataban casi como a un hijo y siempre me invitaban a una copa a la par que me daban conversación.
Yo siempre les preguntaba dónde estaba aquel mundo onírico que con humo de colores y sonidos inteligibles me dejaba maravillado en cada viaje pero me tenía desconcertado cuando volvía a pisar la realidad.

Tal vez porque la realidad no se puede rasgar o bien porque mi ánimo incandescente no siempre era suficiente para sacar la espada de la roca.

¿Queda algo en pié? ¿Qué cosas o lugares siguen siendo vírgenes?
Ellos siempre me replicaban que es mejor vivir en el mundo real porque es en el que más tiempo pasas y puede cortar tu conexión con el mundo onírico. Claro que, yo siempre argumentaba que uno puede pasar todas las horas que quiera en aquel lugar. Si puede huir a un sitio en el que solo ocurre lo que deseo y en el que no me siento amenazado ni acobardado... ¿Por qué vivir en un sitio inhóspito que trata por todos los medios de hundirme?

Cuando ellos callaban yo podía entonces escuchar los crujidos del suelo que no eran sino una representación sonora de cómo todo en lo que ellos creían, incluyendo la realidad, caía a plomo.

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