martes, 28 de agosto de 2018

El fluir del agua

Estábamos sentados en uno de los banquitos de madera pintada de blanco en lo más profundo del bosque, allí donde íbamos a desconectar de todo. Era muy temprano, estaba comenzando a amanecer y escuchábamos en silencio el agua de un pequeño riachuelo que corría eterno.

Sabíamos bien que en unas horas teníamos que tomar la decisión de presentarnos en el aula o bien ausentarnos de la misma. La primera opción era la correcta, la más indulgente. Claro que en nuestras mentes precoces la idea era contradictoria en sí misma.
Quizá si no nos personábamos allí no ocurriría nada o quizá mis padres serían notificados y sufriríamos una contrariedad. Así pues, y a sabiendas de las consecuencias que afrontaríamos, decidimos un día más ausentarnos a la escuela y hablar sobre nuestro futuro y cosas banales entre beso y beso.

¿Has pensado que realmente hay un sinsentido en la escuela? tenemos que compartir aula con un retrasado mental, un paria, un futuro desarraigado.

Claramente se refería a un chaval del pueblo: Sergio. Por algún fallo de la naturaleza (o tal vez un acierto) tenía problemas mentales: le costaba demasiado comprender las cosas, era muy despistado y olvidadizo. Parecía cegado ante cualquier conocimiento, a penas sabía realizar sumas y restas simples, en aquella época a la gente así se les llamaba subnormales. Hoy día suena despectivo, es un agravio bastante extendido en países de habla hispana, pero en aquella época simplemente hacia referencia a personas con enfermedades mentales varias.

¿Con qué intención lo llevan a la escuela? nunca aprenderá nada, no será ni es como nosotros. Simplemente es un lastre, paraliza lecciones del maestro porque este tiene que detenerse para que el imbécil no se pierda. Pero siempre se queda atrás, no sirve de nada aleccionarlo. 
Sufre burlas y probablemente siempre será una carga para su familia ¿no deberían sacrificarlo? si fuera pasto de las llamas: ¿en qué empeoraría su entorno? 
La realidad es que la evolución funciona mediante mutaciones, se supone, o eso no has dicho en la escuela, que la naturaleza modifica al azar ciertos individuos y si se perpetúan y reproducen, sus mutaciones o características siguen ocurriendo en más lugares. Si la sociedad no elimina los fallos, si mantenemos con vida a subnormales como el imbécil ¿no estamos yendo contra natura? ¿no estamos generando más subnormales? aunque no se reproduzca directamente, muy probablemente ese cambio ocurrirá en más individuos. 
Aún con todo, ¿quién puede garantizar que no se reproducirá? me da miedo la verdad, en estas edades de despertar sexual quizá se masturbe y se alivie, pero sus deseos libidinosos pueden mezclarse con su falta de inteligencia y podría tratar de violar a alguna chica. Deberíamos exterminar a los que son como él. ¿no crees?

Lógicamente en mi ser no cabía una idea de ese calado. Yo no pensaba que hubiera que matar a alguien por tener una enfermedad mental. Quizá sí habría que deshacerse de violadores, pederastas, asesinos o terroristas... ¿pero de un pobre infante que no era consciente de absolutamente nada?
El problema es que en el fondo, daba la impresión de que su razonamiento era lógico, de que si dejábamos de lado cualquier humanidad tenía sentido. No iba a ser un miembro productivo del pueblo, no podía valerse por sí mismo. Si sus padres fallecían ¿quién se encargaría de él? ¿sería una carga para alguien?
Siempre fue el gran temor que me suscitaba aquella mirada, podía meter no sólo sus sentimientos, sino sus pensamientos en mí. Me hacía sentir malo pero a la vez me gustaba, era una droga, un veneno amargo, pero su recuerdo era tan dulce...

Los muchachos del pueblo (y las muchachas) siempre se burlaban y vejaban a Sergio, hasta el punto de que le obligaban a masturbarse valiéndose del tubo de escape del coche de un vecino del pueblo, le habían hecho comer las deposiciones de un chico de clase, había bebido orín en más de una ocasión. Le rompían la ropa, le prendieron fuego el pelo, le robaban el material fungible... su vida era un calvario.

Ella y yo nunca éramos partícipes básicamente porque en cierto modo nos aislábamos de todos los demás cuando estábamos juntos. Siendo niños yo jugaba con los otros infantes del pueblo, costumbre que mantenía en aquel entonces, si bien cada vez más estaba con ella y menos con ellos. En las ocasiones que estábamos todos, en esas ocasiones la verdad que se creaban grupúsculos, de modo que ella, quizás con intención o quizás no, me fue alejando de la sociedad. Seguía siendo popular en el pueblo, pero cada vez me importaba menos. Además, ella me había prohibido en multitud de ocasiones inmiscuirme en ese tipo de actividades por si había consecuencias que a mí nunca me salpicara, que fueran los otros jóvenes del pueblo los que resultaran dañados.

Recuerdo que después de la conversación anterior, a los pocos días, nos encaminamos hacia la escuela y vimos cómo los muchachos del pueblo espoleados por el júbilo de las féminas de ambas aulas (sólo había dos aulas en la escuela del pueblo) propinaban una paliza sin piedad a Sergio, quien yacía en el suelo tratando de cubrirse la cara con los brazos magullados y ensangrentados. Patadas en la cara, tierra en los ojos, puñetazos en la entrepierna, pedradas en su espalda. Todo valía.
Ella me agarró del brazo y puso su cabeza en mi pecho, yo contemplaba atónito, palidecí por algunos instantes. No daba crédito: iban a darle muerte si no paraban.

Uno de los chicos, le dio una patada en el cuello y Sergio pareció desmallarse, cesó su risa nerviosa y esos ojos tan vivaces, negros como la noche y grandes como la estupidez de sus verdugos, esos ojos brillantes se apagaron. Parecía que temblaba, probablemente del frío que le causaba tener nieve tocando su piel desnuda. Entonces dos chicos lo cogieron, uno le sujetaba los pies y otro las manos y se lo llevaron al bosque, donde no hacía demasiados días lo habían sodomizado y le habían clavado agujas por todo el cuerpo. Toda la marabunta les siguió y yo hice ademán de irme pero ella me dijo que los siguiéramos, que quería ver qué ocurría.
Atravesaron en pocos minutos el bosque hasta llegar al río en el que desembocaba el riachuelo antes mencionado, entonces comenzaron a balancear a Sergio y lo lanzaron al río.
Era pleno invierno, aún había nieve por todas partes, el río estaba casi congelado, tenía una gran corriente y la profundidad era considerable. Entonces el cuerpo de Sergio cayó bocabajo, fue arrastrado por la corriente mientras una explosión de júbilo se sintió alrededor. todos los jóvenes del pueblo aplaudían y vitoreaban menos una chica que ponía cara de horror. Probablemente era la que yo hubiera puesto, pero no pude. Estaba paralizado, congelado en el tiempo, tuve que haber reaccionado, yo era alto y fuerte y debería haber defendido a Sergio, pero era sólo un niño y estaba asustado. No ya de recibir una paliza de mis amigos o compañeros, porque sabía que no iban a golpearme, sino de descubrir que vivía en un mundo de asesinos psicópatas, de auténticos homicidas.

Nadie fue a ver si Sergio seguía vivo, nadie se interesó por él, si fuera familiar suyo o directamente él ¿cómo me sentiría?
El corro entonces se dirigía hacia la escuela y ella que seguía con su cabeza en mi pecho y su brazo izquierdo rodeándome me dijo simplemente: ¿vamos?
Al mirarla a los ojos vi indiferencia, en cierto modo le daba igual lo que acababa de pasar, en sus entrañas probablemente se alegraba, me dejó petrificado, helado.






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