jueves, 13 de septiembre de 2018

La base de la inspiración: la domesticación

Los años habían pasado, éramos ya jóvenes adultos que rozaban el fin definitivo de la adolescencia y el pueblo se quedaba pequeño.

Más que un pueblo era una aldea, apenas poseía habitantes como para mantener una escuela en pié y por ello mismo se estaba pensando en cerrarla. Ya no quedaban alumnos suficientes y el relevo generacional no se había producido. De modo que se decretó que vendrían los niños de pueblos cercanos durante unos años, si el alumnado seguía decreciendo finalmente cerrarían nuestro colegio de toda la vida.
Con este cierre se enterrarían secretos turbios e inimaginables, una auténtica carnicería en sus épocas más negras, una cárcel provisional en la guerra civil, un refugio para los deshielos de antaño por tener una altura más que aceptable con respecto al suelo.

Se acababa una etapa de mi vida y mientras que mis compañeros ya comenzaban a abandonar la educación sin titulación alguna en su mayoría, destinados a una vida en el sector primario por herencia, la minoría había conseguido un pequeño título académico para poder trabajar en alguna fábrica cercana y con los años, convertirse en responsables de una pequeña plantilla.

No me podía identificar con ninguno de los dos casos, quería estudiar ciencia, la gran quimera de la religión, la auténtica portadora de la sabiduría, del conocimiento y de la verdad. Esto era algo que no parecía demasiado lógico en aquella época, pues la ciencia en España estaba a años luz de ser considerada como algo serio. Los países europeos nos adelantaban sin demasiado esmero en cualquier campo: biología, química, física... supuse que había algo de rebeldía en aquella decisión.

Pero ella no quería que eso sucediera, por un lado prefería que me quedara en el pueblo para siempre, si hubiera podido atarme con unas cadenas no hubiera titubeado un instante, aunque por otra parte comprendía que parte de mi ser y de su encanto radicaba en la rebeldía y en el conocimiento. A veces lloraba sin motivo, me abrazaba y me pedía con voz temblorosa que no me marchara.

Lógicamente no tenía sentido estudiar ciencia en el pueblo, necesitaba formarme en un instituto y luego en la universidad. Esto significaba alejarme del pueblo durante al menos, seis años. Aún a pesar de esta contrariedad, estaba decidido a irme y estudiar lo que me apasionaba. 

Recuerdo que hacía ya algún tiempo que pasábamos más tiempo en su casa que en la mía porque sus padres se ausentaban durante largos periodos de tiempo y ella estaba sola. Entonces yo dormía junto a ella en su cama, prácticamente éramos una pareja casada a todos los efectos.
Un buen día ella estaba haciendo la comida y yo, que tenía el pelo largo en aquella época, fui a tomar un coletero de su cajón pero algo me llamó la atención: había un sobre que nunca había visto, no tenía sentido que estuviera ahí, así que lo abrí y leí la nota que escondía:

"GRACIAS. Gracias por estos años, por cada momento, gracias por haberme hecho feliz aunque pareciera imposible. Gracias por haber retrasado tanto tiempo mi suicidio. Gracias por haber sido una razón por la que vivir un día más. 

Espero que nunca me olvides, espero que nunca seas de otra persona, que sepas que te estaré esperando una eternidad hasta que por fin nos reunamos donde quiera que sea. Lo siento mucho, pero no soportaba la idea de que no fueras mío, lo siento por no haber sido suficiente."

Claramente era una carta de suicidio, bajé corriendo las escaleras y allí estaba...
Cortando verduras e hirviendo agua en una olla mediana de barro. La abracé con toda mi fuerza, notaba cómo crujía su cuerpo entero pero se tragaba el dolor, una vez más notaba esa amargura en sus entrañas, el placer a través del dolor, aquello que siempre fue nuestro.
La besé y le dije que lo había pensado mejor, que prefería morirme a estar sin ella, que no iría a ninguna parte solo.
Entonces comenzó a llorar y se dirigió hacia el cuarto de baño, abrió un frasco y derramó el líquido que contenía por el desagüe. Me confesó que había pensado en quitarse la vida con el insecticida que se utilizaba allí en el pueblo y que le había costado la vida a un anciano senil en el pueblo vecino. 

Aún con todo, lo cierto es que finalmente conseguí estudiar en un instituto en el que no era necesario acudir más allá de los días de los exámenes. No se solicitaba la presencia de los alumnos excepto cuando nos teníamos que presentar a una evaluación de conocimientos. Siempre pensé para mis adentros en que hubiera sido capaz de renunciar a mi vida y a mi futuro por un sólo minuto más con ella.

¿Amor hacia ella? por amor no se hacen estas cosas. Había algo más.

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